Lo peor
todavía estaba por llegar, cuando todo empezó a vibrar y a sonar como la peor
tormenta que te puedas imaginar, la arena se convirtió en piedras, las ramas en
árboles y los escombros en montañas, los vehículos sobrevolaban el horizonte
como si de perdigones se tratase y el ya de por sí oscuro pasadizo en el que me
encontraba se cubrió rápidamente de polvo y cascotes de cemento que comenzaban
a caer de la estructura que hasta ahora parecía ser mi cobijo, pero que por el
sonido que estaba emitiendo en eses instantes advertía que no lo sería por
mucho más tiempo. La madriguera que me protegió de una muerte instantánea tal
vez estuviese pensando en una tragedia mucho más grotesca y retorcida, pero
¿qué puedes hacer cuando las opciones son malas o todavía peores? El cascarón
de metal azotado en todas direcciones por cascotes de 1000 tamaños parecía ser
el lugar más seguro en kilómetros a la redonda, y mi única opción. Además, la
incredulidad, estupefacción y sobre todo pánico que aquella sobrecogedora
escena me transmitía, consiguió paralizar hasta el último y agarrotado nervio
de mi cuerpo.
Contemplé
aquella maravillosa escena de una manera diferente, con la tranquilidad de un
sueño, sin distracción, sin sobresaltos, la violencia se volvió dulce y el
infierno, apacible, me acarició mirándome a los ojos mientras parte de aquel
puente cayó sobre mi coche haciendo que se elevase en el aire con una facilidad
pasmosa, que terminó sacudiéndome contra el suelo, y ahora, con los bajos de mi
preciado Ford sobre la cabeza escuché el chaparrón que me caía encima mientras
tratando de respirar me daba cuenta de que era el fin, de que estaba solo en
esa pequeña isla, sin los míos, atrapado, sin salida… lo último que escuché fue
el sonido de los hierros de mi coche retorciéndose contra mi cuerpo…..